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Biografía completa

La inmensa mayoría de las vidas transcurren de una manera anodina, inmersas en sus rutinas. No será precisamente lo que le ocurra a Ana Caller de Donesteve de la Vega y de la Pedraja, que hará de su vida una fuente inagotable de sorpresas. Nacida con el siglo XX se convertirá en una mujer adelantada a su tiempo, máxime en un mundo vetado al desarrollo personal de la mujer en el ámbito cultural, artístico y laboral. En todos ellos marcaría una época.
Nació en La Cavada hacia el año 1900, a orillas del río Miera y en la zona más pintoresca del pueblo, la desembocadura del río Revilla, cuya cascada, tras pasar el
Tarancón, ha servido de inspiración a tantos artistas para plasmar su belleza en óleos y acuarelas, cuando no en multitud de fotografías.
Sus padres fueron Francisco Caller de la Vega y Elvira de Donesteve de la Pedraja. Ana pasó una gran parte de su infancia y primera juventud en la casa que la familia Caller tenía, y que aún persiste, frente a los pocos restos que aún quedaban de las antiguas fábricas de cañones.

Y, por medio, el río Miera, siempre el río, al que recuerda en sus memorias en el ruido inmenso del Miera y del que confesaba que siempre le sirvió de inspiración:
Cantaba al río, que era mi cuna, a las piedras de aquel río Miera que corría como salido de fuente de plata. Era mi casa y mi morada. Allí encontré la libertad. Cuando escribió su autobiografía, Mi última condena, ya era una mujer mayor, con los setenta años cumplidos y, en esas páginas, confesaba ese amor por La Cavada que la acompañó siempre. Ese nexo indeleble a la tierra que la vio nacer lo revivía a través de los recuerdos, como el que la llevaba a su casa familiar, situada muy próxima a la de los Parra, donde convivía con sus primos como si fueran hermanos, o como el que la transportaba a las orillas del río Miera, cuyo rumor la acompañó desde su nacimiento y la custodió a lo largo de toda su vida.
Siempre la infancia persiguiéndonos con dulzura, siempre en la memoria esa patria verdadera a la que siempre regresamos y que nunca nos abandona.

Así habla en su poema Tierra de mis mayores:

Pensando en ti, tantas veces he llorado…
¿Qué quieres que piense ahora de ti?

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Texto: Juan Francisco Quevedo

MARIANA DE BRITO (1607-1674)

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Mariana de Brito nació en Madrid en 1607. Su padre Juan Oswaldo, originario de Flandes, fue secretario real y traductor en las cortes de Isabel Clara Eugenia, Felipe III y Felipe IV.

Como era costumbre en la época, a los 25 años Mariana se casó con Juan de Olivares, hijo de otro secretario real, de quien tuvo 3 hijos. En 1639 enviudó, pero un año más tarde volvió a casarse con el empresario flamenco Jorge de Bande.

Bande fue un sagaz hombre de negocios: pocos años antes había conseguido tomar las riendas de la Fábrica de Artillería que Jan Curtius tenía en Liérganes, unas instalaciones pioneras por contar con los primeros altos hornos que se construyeron en la Península Ibérica. Debido a las crecientes necesidades defensivas de España, Jorge de Bande amplió el negocio levantando en La Cavada la industria de armamento más importante de Europa en el siglo XVII. Cuatro años más tarde murió, dejando a su esposa heredera universal de un ingente patrimonio.

Fue así como Mariana, con tan solo 34 años y dos hijos pequeños de 9 y 7 años se vio a cargo de la fábrica más importante por tamaño y tecnología de su tiempo en la cual, desde 1622, se producían los mejores cañones, balería y municiones de Europa que era como decir del mundo.

Hoy las mujeres emprendedoras son una fuerza que crece en todo el mundo, pero en el siglo XVII una mujer al frente de una empresa era algo extraordinario, más aún si se trata de una actividad industrial en el sector del armamento.

Oculta e invisibilizada por un relato histórico que sistemáticamente ha ignorado a las mujeres, está ampliamente documentado cómo su papel no se limitó al tradicional de hija, esposa y madre que se le ha atribuido, sino que firmaba contratas directamente con la Corona, seguía en primera persona los asuntos de sus dos fábricas, hacía y deshacía contratos y se enfrentó a numerosos obstáculos, conspiraciones, intrigas y un largo proceso judicial para defender sus derechos y los de sus hijos.

Murió en La Cavada a los 67 años.

Texto: Montserrat Cubría

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ANITA MONTE HERRERA (1918-2018)

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La Srta. Anita nace en Barre (Vermont-EE.UU) un día de San Lucas de 1918, ya que como muchas personas de Riotuerto sus padres fueron a trabajar  a Vermont. Desde pequeña fue una gran estudiante y decide cursar la carrera de Químicas en la prestigiosa Universidad de Salamanca, algo que no era muy común en una mujer en aquella época.

Cuando finaliza el segundo curso de carrera su madre enferma y decide volver a La Cavada para cuidarla. El rector de la universidad intenta convencerla y buscar una alternativa, Anita era el mejor expediente de la facultad de Químicas y el rector incluso intenta convencerla en la estación de tren el día que abandona Salamanca. Sin duda alguna una mujer un tanto adelantada a su tiempo estaba llamada  a destacar en dicha especialidad pero Anita tiene muy claro lo que debe hacer.

Una vez en La Cavada decide dedicarse a la enseñanza y en ese invierno se examina de las asignaturas de magisterio que no son convalidadas obteniendo el título y aprobando la oposición. Se le asigna la plaza en Soba, todo ello en menos de un año.

Tras Soba está un año en Hornedo y a continuación La Cavada, donde desarrollaría la docencia hasta su jubilación en 1983, nada más y nada menos que 46 años de docencia, muchas leyes educativas después, planes de estudios y alumnos. Generaciones completas de alumnos del Colegio Leopoldo y Josefa del Valle. Fue un pilar fundamental en la concentración escolar de Riotuerto.

      

                                   

Tras su jubilación se le concedió el título de Trasmerana de Honor y poco después decide irse a vivir a Santander hasta su muerte a la edad de 100 años.

La Cavada siempre estuvo en su pensamiento y era lo primero que  preguntaba cuando hablabas con ella, las frases “¿Qué hay por La Cavada?” y “¡Qué bonita es La Cavada!” no faltaban en la conversación.

 

Toda su vida estuvo dedicada a enseñar y educar a sus alumnos, y a cuidar  a sus padres y tías, una vida dedicada a los demás. Era una persona de una tremenda talla intelectual, recta pero justa y de gran integridad moral. Era también una mujer muy religiosa y ayudó a mucha gente de diferentes formas, aunque muy pocos lo sepan, porque era muy discreta en ese sentido. Aunque sabemos de esa discreción y de su deseo de permanecer en un segundo plano, no queríamos dejar de señalarla como una mujer excepcional.   

 

Autor: “Alguien que la conoció muy bien”

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